sábado, 24 de junio de 2006

... No te pierdas


Vagamente mencionado entre las calles; perdido en una casa vieja dentro de la callada ciudad; relegado como consecuencia del exceso informativo, del preocupante día a día y del excitante sobresalto proveniente de algún triste aliento ilusorio... el solsticio se instala igualmente sobre nuestras cabezas y cambia el rumbo de las luces, de las horas, de las vidas (que por más ajenas a aquél entorno más allá del concreto, son también objeto de ese cambio: paulatinamente, casi como entresueños murmurados al oído sordo).
No quisiera yo que usted, que ahora está leyendo esta pequeña reflexión, piense que vivo en un mundo de mitos y adoraciones a dioses inexistentes. Tal vez (piénselo detenidamente) ésa no sea yo, sino usted.

Ayer estaba caminando por una vereda como todas las de este mundo (o sea, un espacio junto a la calle, cubierto de cemento o alguna especie de piedra, a veces con un par de árboles o canteros en los costados, bordeado por construcciones diversas: casas: edificios, locales, cocheras, baldíos, muros que no dicen que hay detrás, etc) y en una pared de color amarillento viejo pude ver que había una pequeña campana. Al fin encontré el lugar que me habían mencionado.
El sonido leve de la campana fue suficiente, alguien se acercó a la puertita de rejas negras, que se confundía entre enredaderas, para dejarme entrar. Frente a mí, se abría una galería en forma de L cubierta de hojas del otoño tardío, casi dejado atrás; al costado estaba el patio, invadido por las diferentes plantas que cubrían el lado interno del muro y un par de grandes árboles que se desbordaban en búsqueda de la luz. En un rincón, una hamaca blanca incitaba a una siesta al sol tibio del mediodía, que entraba de costado atravesando los vidrios de colores de las ventanas que franqueaban la galería.
Casi sin palabras, pero muy atentamente, me indicaron un lugar para sentarme a esperar. Allí estaba yo, sentada en un sillón viejo en una sala repleta hasta el techo de estantes, repletos hasta lo imposible de latas de colores, hojas escritas y dibujadas, cajitas, juguetes, cuadernos, libracos y librotes, rollos gruesos y finitos y quién sabe qué otra cosa más; con una puerta de doble hoja abierta de par en par que me permitía disfutar del verde del patio y con un aroma a esencia reinante. Esperando.
El tiempo se diluyó en ese mismo instante en que pasé la puerta de rejas, a pesar de la presencia desafiante del reloj de pared. Las horas interminables que él marcaba insistentemente, se hicieron segundos placenteros enfrascados en pequeñas charlas y mates compartidos con algún desconocido.
Y el resto no es muy interesante de contar, por lo menos no para mí y mucho menos con palabras (espero que tampoco sea importante para usted, aunque de todos modos ya es tarde para retractarse). El relato venía a cuento de una cuestión que tal vez no se notaba en él: y es que esa existencia casi imperceptible, así como de imperceptible es la esencia de estas palabras, hace único el instante en que una gran casa se cuela en una pequeña ciudad. Se hace eterno el momento en que el sol atraviesa las ventanas, calentando el tapizado de un viejo sillón, mientras una campanilla suena desde la calle y se mezcla con el sonido de conversaciones, con el aroma a incienso y a hojas secas; demostrando que hay algo más allá de toda esa supuesta existencia, algo que se comparte y que está enfrente de nuestra narices (si, también la de usted, si me lo permite); enseñándonos que hay otra forma de respirar la vida.

Yo prefiero confiar en que el sol siempre estará entibiando mi alma, en que la luna me hará vibrar las emociones con su estado tan altamente cambiante; sentir que los ríos traen mensajes desde las entrañas de alguna remota montaña y los árboles cantan el cambio de las estaciones. Quiero vivir para escucharlos. Escuchar la lluvia: salir a la calle y observar ese extraño mundo que alguien inventó, sentir las gotas golpeando en la cabeza y en las manos, tratando de sentirlas en ése lugar secreto que cada uno de nosotros desconoce... prefiero creer en todos y cada uno de los mundos que se inventan en las poesías y se hacen realidad en un corazón.

Tal vez usted, señor, señora, señorito o señorita; incrédulo ante esta postura, prefiera seguir confiando en sus propios dioses: está bien. Pero después no me venga con caprichitos, no me quiera convencer de esa extraña creencia que practica, del valor de tantos papeles efímeros, tantas palabras repetidas, tantos apuros sinsentido. Siempre corriendo detrás de un reloj que no es más que su propio invento (sólo para correr más de prisa) y siempre corriendo detrás de nada, en búsqueda de una mal formulada (porque ajenamente adjudicada) ilusión.

martes, 6 de junio de 2006

Año Naranja


Se tarda en llegar, pero el año viene apareciendo sus luces como el sol que se demora en dorar el pasto porque estaba el muro del jardin. El mundo se configura caprichosamente y de tanto perder la mirada en el horizonte ya me habia olvidado de la belleza del amanecer: asi que ahora, una vez re-recuperado, el dia se hace eterno y las estrellas estan forjando sueños en el infinito.
La vida es naranja!