miércoles, 13 de diciembre de 2006

Sobre la fiesta Bubamara

Empieza tras la puerta del pasillo, donde allá por la mitad alguien se asoma sonriendo. La bici y yo apenas cabemos en la angostura de esas paredes, pero ya conocemos el camino.
Es una noche de jueves de esas en que nos conciliamos con el clima caluroso y húmedo y olvidamos el sopor del mediodía al pensar lo linda que está la nochecita para salir a dar unas vueltas.
Entre charla y charla, unos brindis dedicados a la vida y una cena (chop suey vegetariano o algo que se le parece, nada mal) con varios intentos de entablar largas conversaciones de sobremesa interrumpidos intermitentemente por el estrellato de la famosa caja boba. Noche de jueves con una propuesta especial (aparte de los múltiples brindis, que más bien serían propuestas espontáneas, pero no por ello dejan de ofrecer un matiz especial, con aire de despedidas y de cierres de cinturón): LA FIESTA BUBAMARA.

Entramos allá temprano y nos sentamos por un escaloncito del piso, “la música es mejor acá” suena a modo de justificación, aunque no era necesaria. Es cierto de todos modos, está bien acá, aunque no era la música lo más importante…
De la piel hacia fuera, el lugar se va poblando casi imperceptiblemente de los más raros personajes: todos parecen conocer una consigna que yo desconozco, aunque sin pensarlo mucho más, me hallo rápidamente en la vorágine de las “bubas” gitanas: festejar hasta que se acabe el alcohol o hasta caer desmayado. Es sencillo mezclarse en la multitud cuando hay tanta divergencia, aunque no traigas un sombrero de copa verde y brillante ni una corbata más ancha que tu sonrisa; porque el libre albedrío está saltando arriba del escenario mientras le enseña unas volteretas a una piba menudita y de pies ligeros.
Hay un flaco muy alto, de pelo suelto y en tono negro (una onda hardcore un poco mimetizada), que ovaciona a la No Smoking Orchestra; descendiendo en ese breve momento para unir sus brazos al chico de boina (que grita desde hace unos minutos ¡¡ronda, ronda!!). Primero tranquilo, despacio, cruzando un pie delante del otro y caminando muy lentamente para el costado: la risa se hace ecos contagiosos entre medio de los pies en movimiento. Y cuando los instrumentos se acercan, afinan, se prueban, suena desde abajo una canción que te apoya sobre la tierra: sólo por unos instantes.
Libertinaje salpicando entre la pista, la barra, el baño: podemos tomar un unsa-unsa que nos rodee con su aroma de albahaca fresca y bailar sin escrúpulos en donde nos plazca, ¿vamos?
Pero (es inevitable siempre el pero, más aún cuando adentro de mi cabeza retumban unos años de achaque universitario) tanto revoltijo y tanta maravillosa fiesta gitana es motivo suficiente para sospechar. Libertad, claro, para aquellos que pudieron comprarla con la entrada, que por cierto tenía una figurita divertida de recordatorio. Liberta contenida en algunos que se animaron o tuvieron la oportunidad; tampoco vale la pena especular. No falta el que se las hace pasar de personajillo original pero lo único que repite es el más que típico y aburrido asedio al sector femenino de la noche (casi sin prejuicios ni preferencias), ni tampoco hay que olvidar a la niña-gato que juega a la rebelde inocencia porque hoy salió de su rutina… el pero se volvía muy pesimista de pronto. Pero ésa no era la intención (y valga la redundancia de peros). Las imágenes se congelan de a una alrededor y las postales se configuran en mi mente. Entonces vuelve a sonar una trompeta y es inevitable subirse al tren de Kusturica y levantar las rodillas y dar una vueltita… y de vuelta ahí estamos salpicando de acá para allá y bailando en donde nos plazca, olvidando parcial o temporalmente que estamos dentro de un cubículo, dentro de la maraña de las diagonales. Y festejamos a los gitanos aunque yo creo que nunca ví a uno de verdad, pero me tengo que desatar las sandalias porque ya me duelen los pies de tanto, ¿compartimos otro unsa-unsa? …y en medio de tanta innovación sigamos recordando viejos tiempos, que la nostalgia compartida valga como un abrazo de despedida.

Burbuja bubamara, rellena de un enrarecido gas, desde el lado de adentro de la piel.