sábado, 19 de mayo de 2007

Carnaval - Herida que surca la mirada




La tarde raya con sus últimas luces las baldosas, recortándose anaranjada entre los edificios, las antenas, las chimeneas, los tanques de agua; atravesando las hojas amarillas y marrones que bajan de sus ramas a bailar con el viento. El azul profundo, el verde oscuro, el gris metálico invaden la plaza lentamente y comienza un desfile de gorros, bufandas y guantes, ecos de la tos, pasos apretados, alientos gélidos que deambulan por los caminitos.
Observo el espectáculo sentado en un banco de madera un poco alejado, a mi lado los fantasmas sacuden las hamacas. Ha sido un día agitado, de muchas idas y vueltas, intenso. Llegué hasta aquí de casualidad y el otoño me invitó a contemplarlo un rato, bajo un lapacho que se desnuda lentamente y su aspecto espinoso me invita más bien al dolor. Cansado de tanto trajín, me dejo caer en la madera y pongo mi bolsa a un lado. Sin darme cuenta los párpados caen, los ojos se cierran …




Imágenes que provienen de otros tiempos invaden mi cabeza: Recorría la ciudad como una brisa fresca, me volvía volátil, liviano, me esparcía como gotas de agua en la mañana. El sol calentaba la tierra y el celeste interminable se resistía a las nubes y las lluvias. El aire perezoso apenas lograba mover el calor de un lado a otro y a los árboles no les alcanzaba su propia sombra para descansar. Las calles transpiraban sueños de siesta, ronquidos bajos, vidrieras tapadas, persianas cerradas en cada ventana.
Me crucé con un auto cada tanto y con algún caminante que divagaba bajo el sopor amarillo. Cuando pasé por la plaza, la fuente tenía poquísima agua, apenas unos borbotones y chorritos cortos que parecían hervir más que fluir constantemente.
En mi onírico vuelo veía, las esquinas, los techos, la calle y las veredas, los perros y los mosquitos arremolinados sobre el pasto de la rambla.
Entonces recordé algo viejo, de la niñez. Aburrido de tanto vagar, empecé a cantar unas letras compuestas por nadie pero conocidas por todos; bajito primero, casi sin pensarlo y un poco dejándome llevar por el momento (debo aclarar: para quien nunca soñó que volaba, es una sensación única flotar por el aire sin pesar nada, sin ataduras, mirando el mundo desde un lugar diferente, yendo de-acá-para-allá con un breve impulso), decía entonces que cantaba.
La vida por allí abajo dormitaba y hacía oídos sordos a mi melodía, a pesar de que estaba allá arriba, por entre las cabezas. Pensé que a nadie le importaría entonces lo que yo hiciera, pues en mis etéreas vueltas me volvía invisible, así es que solté con ganas la voz y dejé que la canción brotara a gritos (igualito a cuando me emociono cantando en la ducha).
El recorrido se intensificó y viajaba velozmente por los rumbos del cemento, por las copas de las plazas, entre balcones amontonados, alrededor de torres silenciosas. Ahí fue cuando me empecé a sentir gigante, interminable. Me empezaron a pasar cosas raras: Un pié se me tiñó de verde y otro de turquesa. En una mano me brotaron lunares amarillos y del ombligo me empezaron a caer brillitos de colores. Las rodillas se pusieron a temblequear y por debajo de la media me asomó una serpentina violeta que se enroló hasta la cintura y se sacudía con el viento.
Una vorágine de sonidos se acoplaba a mi canción desde un recóndito lugar, como un eco que llegaba de rincones ocultos; esos espacios que no veía desde allá cuando pasaba a tanta velocidad y me arremolinaba sobre la siesta aparente. Y eran voces lejanas, pero que conocían también la canción, multiplicaban sus melodías …¡¡Tanto barullo armé sin siquiera buscarlo!! Miradas curiosas se asomaron por los huequitos de las persianas, después se levantó alguna ventana, más tarde alguien abrió la puerta. Ojos al cielo, pies hacia las veredas, encontrándose. Caras marcadas por las almohadas que se espejaban al otro lado de la calle, sorprendidas.
A todo esto yo seguía girando y circulando y ya no podía controlar las serpentinas que ahora se enroscaban por todos lados, mi nariz estaba colorada y mi boca grande y los dientes de colores y los brazos que se me iban por el aire y las serpentinas que salían hasta por las orejas, el corazón latía fuerte y mi ombligo seguía despidiendo brillos y eso me sacudía el estómago y me hacía cosquillas y perfumes en los poros. Mi canoso pelo se volvió un arco iris flameante y las piernas tenían más rayas que un tigre. Manchas, roles patas arriba, parches, lunares, pedazos de otras cosas, saltitos, notas partidas, ritmos contrapuestos, juegos sin reglamento, colores desarmónicos, palabras al revés. La confusión plantó bandera y creí que nadaba en vez de volar, y que me quedaba en un lugar y no pasaba por todos lados. Sentí que el suelo temblaba y no latía mi corazón y soñé que estaba despierto y no soñaba para despertar.
La música y los colores desbordaron lo inabordable y las puertas se abrieron de a cientos y de par en par. La lluvia de brillitos disipó el calor y todos querían empaparse hasta el final. Los perros, las miradas, los remolones, el agua de las fuentes, los mosquitos, los caminantes perdidos, las antenas sordas: todos se mojaban y festejaban y también a ellos les crecieron las serpentinas desde los pies y se les pintaron las orejas y las bocas se agrandaron y los corazones se transfiguraron.




Una ráfaga helada me despierta. Tiemblo y estornudo y saco las manos de los bolsillos para frotarlas. La sombra ocupa el abandonado escenario y las hamacas inmóviles dejaron de chirriar. Busco un saco en mi bolsa y le agrego una vuelta de bufanda al cuello. Por la calle vacía pasa estruendoso el camión de la basura.
“Qué frío que está todo” pienso, y me levanto despacio a buscar un refugio para pasar la noche.

domingo, 13 de mayo de 2007

Mi Tiempo/II versión


lcé mi mano para que el reflejo del sol no le diera a mi reloj. Las tres menos diez. Llego tarde. Acelero el paso, tratando de evitar la multitud que invade incansablemente la vereda. Miro nuevamente la hora. Menos cinco ¿Por qué van tan despacio?.
Observo cuando paso rápidamente a su lado, con indiferencia, mientras pienso en la agenda para el día de hoy, horarios a cumplir. Mis pasos ya son zancadas y no me importa mucho si me llevo por delante a alguno de esos entes molestos que circulan las baldosas sinsentido, estoy llegando tarde.
Por fin me acerco a la esquina y puedo ver en la vereda de enfrente a mi representante de ventas, el sr. C, que se balancea intranquilamente. Consigo que me divise a través de aquél mar de rostros y al verme hace un gesto para que me apure.
Sin intención de aminorar la marcha, bajo de súbito a la calle. Mi camino es interrumpido por la bocina de un auto ¿Qué le pasa a este...? No termino de darme vuelta para enviar la primer queja que pase por mi cabeza a un destinatario x, cuando siento el choque duro de un paragolpes en mi abdomen... la fuerza impulsa mi cuerpo, que sale despedido para terminar contra el cemento. Colisión gris con gris. Mi cabeza golpea en el cordón de la vereda.
La gente se reúne a mi alrededor y puedo escuchar sus gritos de alarma, voces que preguntan, sirenas, bullicio: pronto se van fundiendo en un silencio profundo. Mi vista se nubla y empieza a desvanecerse la multitud.
Pasa el tiempo y la oscuridad se me está haciendo costumbre, también el silencio (que parece la eternidad) Una luz enceguecedora se prende ante mi rostro y no distingo nada. ¿Estaré en el hospital? Seguramente, el atento sr. C me habrá llevado a una clínica, confiado en que mi seguro médico tiene la mejor cobertura, y estará explicándole lo sucedido al médico... Algo hay en mi recuerdo, antes de dormirme... podría jurar (seguro consigo algún testigo) que ese auto venía demasiado rápido, es un peligro alguien así, que atropella a la gente como si nada, será fácil ganar un juicio en caso de ser necesario... De a poco, las imágenes del accidente volvieron a mi cabeza, mi representante, la calle, el paragolpes, el cordón de la vereda. Sentí dolor, mucho dolor. De un tipo que nunca había experimentado, profundo. Dolor que me sacude hasta el corazón y me golpea hasta el más alto orgullo.
Después de aquel momento de paz en que había estado sumergido quién sabe cuánto tiempo, esa molesta luz blanca y el pseudos-recuerdo de lo sucedido me hicieron perder la calma... desesperado, comencé a llorar. Necesitaba saber qué estaba sucediendo.
Las lágrimas corrían por mi rostro irremediablemente, y mis confundidos oídos empezaron a registrar, a distinguir mis gritos de sufrimiento que se expandían ocupando el espacio del silencio.
En ese momento, me invadió una extraña sensación. Me sentí pequeño, insignificante, inútil.
Abrí los ojos finalmente. Como lo imaginé, estaba en un hospital, pero tenía un aspecto muy pobre, y las personas que me rodeaban me resultaban totalmente desconocidas. Sin embargo, había una mujer allí que me sonreía, por algún extraño motivo la encontré muy atractiva y sobresaliente del resto, a pesar de su cansado aspecto... la luz de sus ojos estaba llena de amor. Extendí mis brazos hacia ella, ansioso de algún afecto.
Fue ahí cuando me dí cuenta. Fue ahí, cuando vi mis pequeñas manos y mis labios se movieron inútilmente, incapaces de pronunciar palabras ahora olvidadas... Fue ahí cuando en mi mente tozuda vi lo que realmente había pasado. Descubrí mi rostro viejo, preocupado y serio, con el ceño fruncido por costumbre, de tanto pensar en las agujas del reloj persiguiendo mis pasos. Comprendí a la gente de la calle, que miraba a ese tipo tan apurado, cruzando la calle directo al automóvil... recordé mi vida. Aburrida, vacía, siempre tan ocupado, gris, nunca disfruté sinceramente de ella, dejando para después los placeres... después. Qué palabra. Quizás la hubiera usado para decir "después de esta reunión, tengo una entrevista con..." pero nunca imaginé lo relativa que era. Hoy creo que la usaría para decir "No sé qué voy a hacer después, estoy tratando de saber lo que estoy haciendo ahora".
En mi inconsciente llanto infantil se ahogaron mis penas pasadas. Y murieron en los agrios recuerdos. Y murieron los recuerdos, para abrir una nueva página en la historia, una en blanco. Pero por ahí quedó algún resto, de ello entendí el disfrutar cada día, cada instante. Aunque empecé de nuevo, no sé si alguna vez terminaré.
18/9/00 (modificado el 24/03/06)