– Perdón– contestó, y mientras se pasaba las manos por su ropa, húmeda y sucia, volvió a observar al hombre uniformado que tenía enfrente y aprovechó el momento para ubicarse– ¿Tiene idea de qué hora es?–
– Nueve y media. ¿Linda noche, no?– no iba a responder una pregunta tan estúpida y carente de interés real, por lo que se limitó a caminar despacio, casi arrastrándose, hacia el norte. Necesitaba un lugar donde calentar sus huesos. No podía llegar a su casa, estaba lejos y no iba a llegar, o por lo menos no se sentía capaz de hacerlo. Tenía que ir a su hogar, es decir, cualquier lugar en donde estuviese su hermana. Daba la casualidad que en este momento ella se encontraba en una pequeña casa céntrica, a la cual llegó con su ralentizado paso en una hora, más o menos. Los ántropos que pasaban cerca suyo lo juzgaban rápidamente y seguían su camino, viendo en él el camino que no tomaron, la vida que no llevaron, la noche que no tuvieron. Era ser anormal, desaliñado, con unas ojeras gigantescas, que caminaba lentamente con ropa sucia y vieja. Era horrible, ver en lo que se podía convertir uno si no hacía las cosas bien, si no luchaba por lo que se merecía. Lo remarcable de esta situación era que él pensaba casi lo mismo de aquellos que se iba cruzando.
Con muchas pausas y descansos, finalmente llegó a la puerta de su destino. Tocó con la fuerza que pudo, su cuerpo estaba deshecho en más de un aspecto. Cuando su hermana abrió, entendió en un instante la situación. Lo ayudó a caminar hasta la cocina, un sector reducido que compartía el espacio los muebles que hacían de comedor, lo sentó en una de las dos sillas y se dio vuelta para preparar un té. Ella significaba muchísimo, era quien nunca lo olvidaba ni dejaba de amar, era la misteriosa híbrida que podía ser una ántropo y ella misma al mismo tiempo. Era su Maestra, a decir verdad, su Guía, y la amaba con toda su alma. Él empezó, de a poco, a apoyar su cabeza sobre los brazos cruzados apoyados en la modesta mesa de frente a la espalda de su principal, y casi única, conexión al mundo. Antes de caer desmayado, le dijo:
– Me estoy volviendo ántropo otra vez– ella era, sin duda, la única que podía entender la relevancia de esa frase. Se dio vuelta lentamente, atónita, y encontró a su hermano sumido en ese sueño tan profundo que sólo él podía tener. Se quedó unos minutos meditando lo que acaba de acontecer. Tiró el té que nunca tomaba, y se las arregló para arrastrar el cuerpo maltrecho hasta la cama, desvestirlo y acostarlo. Después se preparó una sopa en la cocina y se sentó digerir todos sus pensamientos. Por más que le hubiese gustado despertarlo y hablar con él, la mejor opción era dejarlo dormir. Había mucho que decir.
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