lunes, 12 de diciembre de 2011

Estaba parado en lo más alto del edificio. Salté sin miedo, porque ya era algo natural en mí. Si caigo en picada gano velocidad, después tengo que enderezarme para seguir en posición horizontal hacia adelante, de ahí puedo maniobrar para los lados o incluso hacia arriba. La primera vez me choqué contra algo, iba demasiado rápido. Igual seguí volando. Para frenar tengo que poner mi cuerpo vertical, de manera que las alas ofrezcan resistencia. Ahora sí puedo deslizarme tranquilo. Paso por los árboles de las plazas, a veces pequeño, a veces grande, también por las calles, por lo autos. Ahora pienso en retrospectiva que debo haber sido invisible, pero en ese momento no resultó relevante. El día estaba soleado. Jamás, en ese mundo o en éste, fui tan libre. Nunca me había sentido tan Búho. Me posé sobre otro edificio, uno no tan alto como el primero. Observar era delicioso. Y entonces vi una lechuza, que perseguía algo que no pude distinguir entre las ramas de un árbol. Y sentí, por alguna razón, como esa visión me devolvía todos mis sentimientos humanos, todo para terminar con el amargo sabor de una frase.
"No hay nadie del otro lado de la lluvia"


Gracias, madre, si no me hubieras despertado con los lomitos asados me despertaba llorando

No hay comentarios.: