jueves, 19 de enero de 2012

El Ladrón de Finales

- ¡¡¡¡YYYYYYY A AQUÍ ESTÁ!!! EL FAMOSO PERIODISTA GANADOR DE TRES PREMIOS PULITZER, EL SEÑOR ALEJANDRO TADELA!!!!

(Aplausos)

- Muchas gracias, muchas gracias a todos, y felicidades Hernán por tu genial conducción. Es un gran honor estar presente esta noche tan especial. ¡Pensar que solamente me llevó toda una vida de trabajo ser famoso! -

(Risas)

- En fin, se supone que debería haber ensayado y memorizado mi discurso, pero si no se ofenden voy a sacar estos papelitos y leerlos, les juro que los escribí yo... -

(Sonrisas; aplausos)

"La primera vez que conocí al Ladrón fue a mediados del año 2008. En esa época yo estaba terminando la carrera de periodismo por lo que me encontraba enfrascado en estudios y en investigaciones. Sin embargo, era para mí imposible a pesar de mi escaso tiempo libre dejar de leer los libros de Alejandro Dumas. Y fue aproximadamente un día como cualquier otro de junio, lluvioso, frío y solitario, cuando estuve a punto de terminarlo. Cuando llegué a la penúltima página, encontré que la siguiente no estaba. Es decir, toda una página de palabras que encerraban la conclusión de una historia estaba arrancada con toda la prolijidad posible. Y, en parte de adentro de la contratapa del libro, con tinta azul y una bellísima cursiva, estaba escrito 'El Ladrón de Finales'. Tal vez alguien haya leído alguna vez, mientras estudiaban días y noches, algún libro para el placer personal. Y, tal vez, hayan leído 'El Conde de Montecristo'. No es gracioso que te quiten la última parte de una novela que te ocupó tus tiempos libres durante cuatro meses..."

(Risas)

"En fin, después de dormir con el ceño fruncido, decidí ir a la librería donde había comprado este inconcluso ejemplar. El empleado que me atendió se mostró sorprendido cuando le planteé mi problema, pero me explicó que pasado tanto tiempo desde la adquisición y sin el ticket (vaya a saber dónde lo había dejado) era imposible un cambio. No tuve objeción alguna, pero le pedí si me podía prestar durante dos minutos alguna edición del Conde que no tuviese envoltorio. Igual no fue lo mismo. Agradecí la ayuda al joven, y volví a casa pensando que seguramente algún amigo me había querido gastar una broma, por más seguro que estuviese que nadie había visto siquiera mi libro.
No fue sino hasta un poco más de un mes que me volví a encontrar al chico de la librería en un bar, yo había salido a festejar un final de la facultad aprobado y él me reconoció enseguida. Mientras tomábamos una cerveza empezó a contarme lo que, en poco tiempo, se convertiría en el trabajo de mi vida. Después de que me fuese ese día, comentó lo que acababan de consultarle y se llevó la sorpresa de que a todos sus compañeros ya le habían reclamado por lo menos una o dos veces lo mismo. Libros que no tenían la última hoja, y todos con la misma firma en la contratapa. La mayoría creían que era algún molesto que se divertía con la gente y no le prestaban atención. Pero a mí ya me había entrado mucha curiosidad. Al día siguiente comencé a recorrer las librerías de la ciudad, preguntando por El Ladrón. Creo que mi corazón latió con fuerza a medida que por lo menos dos de cada tres librerías habían tenido casos o por lo menos ya habían escuchado de alguien que hubiese sido víctima de este misterioso personaje. Por primera vez desde hacía meses dejé de estudiar. Me intrigaba tanto mi descubrimiento que antes de que lo notase ya tenía abierta una investigación casi formal. Busqué los libros afectados, lo cual fue un auténtico desafío. Y mientras lo hacía, fui descubriendo que el criminal literario no se había limitado a las librerías, sino que también apareció en la bibliotecas estafando a Márquez, a Orwell y al pobre Stoker; puestos de libros usados con libros profanados de Bradbury, de Suskind, de Wilde, de Borgues y de Poe; en una preciosa biblioteca ambulante encontré dos obras, una de Cortázar y otra de Dickens, ambas inconclusas. La misma caligrafía, a veces diferentes colores, a veces las palabras inclinadas, pero la esencia era inconfundible. Coleccionaba los libros que encontraba, algunos me los regalaban, otros los compraba. Una vez más, sin que fuese consciente de lo que estaba haciendo, me dediqué más a buscarlo a ÉL que a sus libros. Abrí sitios en la red informando de su existencia. Lo esparcí por las redes sociales. Se publicó un artículo en el diario local, escrito por mí, el cual más tarde vendieron a uno nacional. Otros periodistas también empezaron a investigar y publicar, y la gente se interesó también.
Tanta recopilación de datos y ya era agosto de 2009. Siempre aparecía alguien confesando ser El Ladrón, y uno tras otro demostraban lo contrario. La opinión general era de una moda juvenil, alguien aburrido queriendo llamar la atención, un 'troll' de la literatura. Mi tesis, ganadora de mi primer Pulitzer y del que estoy más orgulloso, tuvo éxito porque en ese marco de opiniones, yo vi otra cosa. En pleno auge de la cultura digital, donde junto con la caída de los libros iba acompañada por la pérdida de interés en la lectura, las librerías se llenaron. Las pocas bibliotecas que quedaban tenían problemas administrativos a la hora de manejar tantos socios nuevos y tantos libros prestados. Le gente leía. Compraba libros. Aparecieron grandes cantidades de escritores nuevos, se renovaron ediciones de clásicos desde Homero hasta Ryce. Además del almacén de barrio, surgieron algunas pequeñas tiendas de libros. Parecía un milagro que en tan sólo un año, los libros hubiesen dado un salto tan grande. Nadie sabía más del Ladrón que yo. Y no tenía idea nada de él, o ella. Porque podía ser un hombre, una mujer, joven o de la tercera edad, a pesar de tantos libros con su autógrafo y de la gente buscando al real en cada pasillo, nadie sabía nada. Una persona, imaginaba en mi búsqueda, amante del papel y la tinta, vigilante de quién sabe cuántas historias en su alma, ni hablar de cuántos finales. Esperando a que nadie pueda descubrir sus actos para arrancar silenciosa y meticulosamente el epílogo para luego dejar su firma. Lo veía saliendo sonriente de cada librería, tarareando en las bibliotecas. Sin saber quién era. Dejé de buscarlo. Sentí que su belleza estaba concentrada en las únicas cuatro palabras que se conocían de él. A veces para transmitir un mensaje no hay que decir nada, y él/ella era la prueba exacta.
En abril de 2010 recibí el mencionado premio por mi tesis, un poco después de recibirme de forma oficial de periodista(¡al fin!). Estaba titulada 'Principio a partir del Final'. Entre tanta caza de fantasmas me las arreglé para conocer a la que sería mi esposa y madre de mi hija, por lo que decidí dejar un tiempo mi pasión y dedicarme a encontrar una nueva casa para mi futura familia. Y una mañana como cualquier otra, fresca y con rocío, me levanté y encontré en la puerta de mi departamento a medio empacar un sobre de papel madera, que alguien había deslizado por debajo de la puerta. Rompí con cuidado un borde para sacar el contenido. Mis ojos tardaron en entender qué estaba viendo. Una hoja, con el número 987 en la esquina superior derecha y las palabras 'Alejandro Dumas' en la izquierda. Tenía en mis manos la última hoja de El Conde de Montecristo. Tuve que apoyar la espalda en la pared para no desmayarme. Me temblaba el pulso. Y cuando estaba por recuperar la compostura, di vuelta la hoja y vi, incrédulo, que debajo de las últimas palabras de la hoja estaba escrito, con tinta azul y una bellísima cursiva,
'Felicidades'

(Risas, aplausos, lágrimas. El público de pie, ovación general)

¡¡YYYYYYY ESE FUE EL GENIAL ALEJANDRO TADELA CON UNO DE SUS GENIALES DISCURSOS!! ¡LO VIERON PRIMERO POR TV9, EN DIRECTO DESDE LA 128ª ENTREGA DE PREMIOS PULITZER! ¡Y DESPUÉS DE TAN GRANDE PRESENTACIÓN, CON USTEDES, TRAS LARGOS AÑOS DE ANONIMATO, FINALMENTE SALIENDO A LA LUZ, EL LADRÓN DE FINALES, AHORA CON EL NOMBRE QUE APARECE EN TODAS LAS NOTICIAS...(clic)

- Dejá de ver la tele y andá a dormir de una vez, hija -

mar



me encuentro con
que mi cuerpo en este mundo no es
más que una huella
sobre la arena
que se va con la próxima ola


y es hermosamente maravilloso

lunes, 2 de enero de 2012

Adiós, DosMil 11, fuiste un año muy interesante. Aprendí cosas valiosas, recibí malas noticias y gané y gasté plata. Todo lo que un año tiene que ser. Pero, para bien o para mal, ese año fue mucho más que eso. Encontré algunas respuestas, pero se me cruzaron un par de preguntas realmente preocupantes. Conocí personas que me dejaron pensando. Aprendí cuál es el costo de mi tan preciada Verdad, el precio de ser honesto. Es amargo, pero reconfortante. Como un té de jengibre. Me gustan los tés de jengibre. Feliz Año Viejo, tengo serias expectativas para el Nuevo.