El sol
se chorrea en la espalda
de
quienes caminamos.
La
tarde cae sobre los techos de constitución
y en
los andenes corremos
porque
alguien más corre.
Las
filas enormes de gente dibujan
serpientes
en la plaza.
El día
cae sobre las espaldas apiladas
y en la
esquina un semáforo rojo
entrechoca
y esquiva pisadas.
Entonces,
la siesta no buscada
los
SÚPER panchos,
los
heladosenvasotressabores a ocho pesos
las
monedas para los hijos del hombre que tiene SIDA! (grita)
y las
mujeres con bebés a upa, pasando por cada asiento
las
gaseosas
los
pebetes
y el
chipá -calentito, caserito, el chipá-
la moneda que pido honradamente porque no me
dan trabajo
El sol
entra de costado por los perfiles en la ventana
que
miran allá, que no miran
o sólo
se sacuden con el vaivén del vagón
como
nos sacudimos
con
cada final de día, los sueños de la mañana.
Entonces,
la parada
la tuya
el
camino hasta tu puerta, el hilo
de agua
que aún corre por la espalda.
Unos
segundos antes, me paro en el estribo
veo la
luz de la ciudad
que se
disputa con la noche.
El
cielo que no dice nada
me
invita
a
dejarme llevar por la luna.
Un
señor reparte un fragmento de la biblia
y
anuncia
la
llegada de Cristo
después
del diluvio.
Habla
y su
voz se funde con el freno.
Mientras
tanto,
me
crecen
flores
y
peces.